Raquel Martos: “Agradezco que me hagan reír y si consigo que alguien sonría, siento que mi tarea sirve para algo”

Entrevista con la periodista, guionista, escritora… y tetuanera


Esta ilustre tetuanera de desbordante sonrisa nos habla de sus recuerdos, del humor, de los besos que no se dan y, por supuesto, del maldito virus que nos tiene aislados, que no distantes. Colaboradora de programas como El Club de la Comedia, El Hormiguero o Julia en la Onda, donde cuenta con una sección diaria, ha publicado además tres novelas y prepara una cuarta. Hoy nos responde desde su vivienda en el barrio en que se crió y aún sigue viviendo, y de cuyas fiestas fue pregonera en 2014. Confinada pero ‘confiante’, que diría Ronaldo.

Te criaste en Tetuán. ¿En qué zona?

Me crie al ladito del Instituto Jaime Vera, entonces era el colegio nacional Víctor Pradera. Sigo viviendo aquí, en la zona de Castillejos, he cambiado de casa varias veces, pero siempre dentro del distrito.

¿Qué recuerdas de aquella época en el barrio?

Lo que más recuerdo es haber jugado muchísimo en la calle, ir al mercado de San Enrique con mi madre, a la piscina Playa Victoria, que entonces era al aire libre… Estudié EGB en el Víctor Pradera y COU en el Guadalupe, centro del hogar de empleado que desapareció, ahora es un balneario urbano y la sede del SAMUR. Quizás, por lo mucho que ha cambiado, siempre me viene a la cabeza que junto a Sor Ángela de la Cruz había casitas bajas y yo iba a los árboles de morera para dar de comer a mis gusanos de seda…

Has sido pregonera en las fiestas del distrito. ¿Cómo fue la experiencia?

Muy emocionante, si me hubieran dicho de niña que pasaría algo así, no me lo habría creído. Y, sobre todo, por lo que significó para mi madre. Mi padre ya no vivía, le habría encantado verlo.

¿Cómo estás pasando estos días de aislamiento?

Lo llevo muy bien, salvo porque no puedo ver a mi madre, eso es terrible. Pero lo que más me quita el sueño es lo que hay fuera, tengo que pelear con la angustia constante para no desmoronarme. Me ayuda mucho mi sección diaria en Julia en la Onda y la columna “Diario de una confinada”, en Infolibre. Lo hago todo desde casa, pero conecto con oyentes y lectores. Es curioso, siempre nos dan las gracias por lo que les animamos cuando nos escuchan o nos leen, si supieran lo muchísimo que hacen ellos por nosotros. Son nuestra energía para canalizar el miedo y el dolor, para resistir. Mi aplauso de las ocho también va por ellos.

El humor, ¿herramienta de trabajo o actitud vital —más aún en estas circunstancias—?

El humor siempre y ahora más. Es una manera de ver la vida, el humor nos salva del miedo y del dolor. Yo no podría vivir sin humor, lo llevo de serie, está en el ADN de mi familia. Agradezco en el alma que alguien me haga reír y si yo consigo que alguien sonría, siento que mi tarea sirve para algo, porque cuando ves al personal sanitario, a la cajera del supermercado, a quien te atiende en la farmacia, te sientes diminuto al lado de su grandeza, dudas de que lo que tú llevas a cabo tenga algún valor…  

El título de tu primera novela –‘Los besos no se gastan’– cobra estos días un significado especial. ¿Es el momento de almacenarlos para cuando todo pase?

Sí, pero también de ser conscientes de que, cuando podemos, hemos de darlos, que no se gastan, que tenemos muchos más. A veces nos cuesta expresar el amor y es en estas circunstancias cuando nos damos cuenta de su valor. Ahora lo daríamos todo por un abrazo. Es la idea fuerza de esa novela que, por cierto, está ubicada en este barrio, es muy Tetuán…

Tu último libro habla de la parte emotiva de la cocina. ¿Para qué cosas sirve cocinar, además de la evidente?

Para recuperar la conexión con quiénes somos, con lo importante, con los que nos han amado, con los que ya no están. A través de los sabores viajamos a otros momentos de la vida, felices o trágicos, el poder evocador del sabor es enorme. Es un buen momento el que estamos viviendo para cocinar, para rencontrarnos con los platos de nuestra vida y para saborear recuerdos felices.

¿Cómo va tu cuarta novela?

Estos días pensaba que mis tres novelas tienen mucho que ver con este momento. Los besos no se gastan hablaba de la necesidad de recuperar el tiempo perdido y valorar cada minuto, ahora lo hacemos; No pasa nada y si pasa, se le saluda aborda una etapa de silencio impuesto a la protagonista por un problema en la voz, que le sirve para mirar hacia dentro, en eso estamos también ahora muchos de nosotros. Y Los sabores perdidos es el “confinamiento” de ocho personas en una casa de campo, en el que, a través de la cocina, saborean de nuevo emociones olvidadas o enterradas. En las tres novelas, a pesar de que retratan el dolor de la vida, hay una luz de esperanza. Ahora la necesitamos.

Mi cuarta novela estaba en una ruta que, en cierto modo, también tiene que ver con lo que estamos viviendo porque una parte de ella tiene lugar durante un conflicto terrible, pero esto nos está cambiando la vida y puede que mi plan literario también se vea afectado por esta pesadilla. Sea lo que sea lo que escriba, buscaré la luz.

La última: ¿alguna recomendación para nuestros confinados lectores?

Dado el dolor inmenso que tiene Madrid, cualquiera del genio Pérez Galdós, que nació en Canarias, pero amó y retrató esta ciudad como nadie, es una opción ideal. Acabo de releer ‘Marianela’, que no transcurre aquí, pero voy a ir ya mismo por ‘Tormento’ –saqué un 10 en el instituto con ese comentario de texto, por cierto–. De cine recomendaría ‘Mediterráneo’, una película italiana deliciosa y, ojalá un confinamiento así. Y en lo musical, estos días escucho mucho a Paolo Conte o Gianmaría Testa, por el dolor que nos une a Italia, donde además tengo familia… 

(Foto en la Dehesa de la Villa, de la solapa del libro Los sabores perdidos, cedida por Carlos Rosillo)


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