“Escogí pintar Tetuán porque su geografía me resulta entrañable y simbólica de un lugar de mi memoria”

Entrevista con el pintor Carlos García-Alix


Nació en León, pero lleva más de 50 años viviendo y recorriendo las calles de Tetuán, pintando sus rincones y desentrañando la rebelde y trágica memoria del barrio. Tanto en sus cuadros de los restaurantes La Pampa o El Ancla, como en sus escritos o en su galardonado documental El honor de las injurias, sobre el pistolero Felipe Sandoval y su destacado papel en la checa del Cine Europa. Carlos García-Alix nos abre la puerta de su taller-vivienda, ubicado en Valdeacederas, para charlar sobre sus recuerdos y sus proyectos, pero especialmente sobre la historia y la peculiar idiosincrasia del barrio “más revolucionario de Madrid”.

Llegó a Tetuán con 12 años. ¿Qué recuerdos guarda de entonces?

Recuerdo que toda la vida se hacía en Bravo Murillo, íbamos a las sesiones continuas del Cine Montija, al Cristal, al Europa… comíamos perritos calientes de aquellas máquinas con un tubo para meter el pan en el Rubí, arreglábamos las bicis en La Ventilla… luego he vivido en las calles Cicerón, en Artistas, en Manuel Sarrión o en Margaritas, donde nació mi hija.

¿Cómo ve los cambios que han ido sufriendo estas calles?

Queda poco, cada vez menos, pero algo queda. El pequeño comercio de entonces sí ha desaparecido prácticamente, los balcones con ropa tendida… ya no tiene esa fisonomía, pero perdura en algunas construcciones de ladrillo, o en cosas curiosas que pasan desapercibidas, en la sede histórica del PSOE, en la iglesia de Tetuán de las Victorias… fue un barrio castigado, muy bombardeado durante la Guerra Civil, aunque también era muy festivo, tenía un ambiente muy bullicioso, como cuenta Gutiérrez Solana, con los bailes, la plaza de toros, el carnaval… en fin, yo tengo orgullo de barrio, por decirlo de alguna manera.

Desde el principio le interesó la historia de Tetuán, y ha indagado sobre ella, ligada a los movimientos obreros de la zona.

A finales del XIX el barrio se llena de clubs federales, no de iglesias. Hay suscripciones populares y el barrio se niega. Es un lugar abandonado, el barrio de los sindiós, y la razón de los bombardeos es porque saben y quieren castigar ese barrio contestatario, pero esa insolencia viene de muy atrás. Aquí viene a esconderse Mateo Morral, hay periódicos libertarios, y por primera vez se construye un barrio que aglutina a los trabajadores, que ya no están dispersos por buhardillas de todo Madrid.

La Huelga del 17 es un suceso que marcará profundamente al barrio. La primera vez que obreros armados luchan contra los soldados del rey es en la calle Almansa. Cuando llegaban las hambrunas, muchos se iban a El Pardo de furtivos, a cazar, y por eso tenían algunas escopetas. Así llegó la gran represión en Cuatro Caminos, que yo intenté historiar con los partes de la Casa de Socorro. Aquello fue una masacre, el regimiento Saboya y la Guardia Civil con ametralladoras y lanceros a caballo contra los trabajadores. Todo eso queda en la memoria del barrio, y explica luego muchas cosas de la Guerra Civil.

Toda la historia del movimiento obrero madrileño va íntimamente unida a este barrio. Largo Caballero vivió aquí, Castro Delgado, Cipriano Mera… destacados dirigentes del obrerismo. Había Casa del Pueblo, imprentas, fábricas… era un barrio de gente que venía del campo, albañiles y comerciantes, eso era Tetuán. Por eso los sindicatos tenían gran presencia. Cuando estalla la Guerra, el cuartel general de CNT está en el Cine Europa, y el Quinto Regimiento de los comunistas, en los Salesianos de Estrecho, dos grandes centros del movimiento obrero están aquí.

¿Cómo se cruzó con Felipe Sandoval, el doctor Muñiz, protagonista de su libro y luego documental ‘El honor de las injurias’?

A mí siempre me interesó el tema de la Guerra Civil en Madrid, y descubrí que este personaje, había jugado un papel muy destacado en el Europa, y me dije ¡pero si es el cine de mi infancia! Fue descubrir una época del cine que yo ignoraba, y desde ahí lo seguí. Me metí en el Archivo Histórico  y empecé a reconstruir el tejido del barrio. Me fascinaba el personaje y su presencia en el barrio. No sólo él, Santiago Aliques… un montón de gente.

En el 85 entrevisté a gente que vivió aquella época del barrio, hablé con el dueño de El Gato Negro, la tienda más antigua que queda; también con los de una juguetería que ya no existe, El Rey Mago, que en guerra se llamaba “el 0,65”, que era como un todo a 100. Me contaron cómo les habían quitado todos los juguetes y se habían repartido a los niños del barrio…

También le pidieron propuestas para renombrar alguna calle del barrio…

Cuando la Comisión de la Memoria Histórica me llamo Andrés Trapiello por si quería proponerle alguna calle, ya que iban a quitar tantas en Tetuán. Le dije que quien debía tenerla era Cipriano Mera, el hombre emblemático de este barrio. Hijo de traperos, vivía en la calle Lepanto [hoy, Alfalfa] y fue líder de los albañiles de Madrid, hombre importante en la CNT y llegó a ser jefe del cuarto cuerpo de la República, decisivo en la derrota de los italianos en Guadalajara. Un personaje de primera magnitud, que se tiene que exiliar y muere en París, trabajando de albañil toda la vida. Me dijeron que no porque era la Guerra Civil y no era posible, entonces le dije a Ángel Llorca, un pedagogo vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, que abrió el Colegio Cervantes en Cuatro Caminos para educar a esa infancia obrera de la barriada. Allí les daban formación de tipógrafos, y las máquinas de imprimir están por los pasillos del colegio, y son una preciosidad.

¿Por qué eligió pintar Tetuán, y por qué lugares ‘clásicos’, como el bar La Pampa?

Escogí pintar este barrio porque es una geografía que me resulta entrañable, asociada a una época de mi vida y al mismo tiempo muy simbólica de un determinado lugar de memoria, pero he pintado muchísimas zonas del barrio, como La Pampa o la fachada del Montija, que para nosotros era un sitio especial. Tenía mala fama –lo llamaban el palacio de la sífilis– pero ponían películas muy buenas.

Cuando vivía en Margaritas bajaba muchas veces a La Pampa. Había allí un cuadrito de los años 20 que representaba el bar, y me encantaba. Un día entré y no estaba: ¡lo habían tirado a la basura! Así que decidí pintarlo yo, más grande y desde el mismo ángulo. En realidad, hice varios. Es un sitio emblemático, un sitio de mi presente pero que ya estaba antes de la Guerra Civil. Lo más antiguo que queda del barrio es un trozo de construcción, donde está el Restaurante El Ancla, junto a la Huevería Gallito. Todo ese esquinazo blanco con la calle Ceuta. Ese local, al que le cayó una bomba y restauraron, ya daba comidas en el año 12.

También vivió un Tetuán poco conocido, el de los años 70…

El Tetuán de finales de los 60 y los 70 era el de las bandas y los billares, que eran los cuarteles de las bandas, y estaba lleno. En los 80 ya era otro tipo de delincuencia, también a lo bestia, pero más asociada a la droga, a la heroína. En los 70 fue cuando iba con las derbis, el pelo largo y los pantalones de campana. Recuerdo un billar pequeñito en Hernani, donde la Banda del Rata, o los billares Perón, míticos, que desaparecieron.

De esa época se ha hablado muy poco. Toda esta gente tenía continuamente problemas con la policía, robaban motos, hacían sus cosas. No abanderaban nada político ni hacían oposición al régimen, solo vivían como les da la gana. Había muchos sitios para ir a bailar, y luego zonas como Ventilla, que cuidadito ya en esos años. El paseo de la Dirección, Villaamil… aquello era un suburbio total.

Carlos trabaja estos días en su próxima exposición, que inaugurará en mayo en el Círculo de Bellas Artes, y llevará por título ‘Viaje de invierno’. En ella reunirá cuadros de sus dos muestras anteriores, que recogían paisajes y escenas urbanas de un bosque danés y de ciudades de Alemania y Chequia, lejos ya de un Tetuán que no deja de tener un lugar preeminente en su memoria.



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