El periodista José Luis Ramón la acaba de rescatar en el libro 'La perla tetuaní'
La plaza de toros de Tetuán, que elevó a Gaona y Ortega, cumple 125 años
David Álvarez, 6 de julio de 2025
Pocos vecinos quedan que la hayan conocido, pero muchos son los que hoy siguen llamando “plaza de toros” a los bloques en U de Bravo Murillo, 297, en recuerdo del coso tetuanero, de cuya inauguración se cumplirán 125 años el próximo octubre. Aprovechando la efeméride, el periodista José Luis Ramón acaba de publicar ‘La perla tetuaní’ (Ediciones Temple, 2025), un voluminoso libro, que pretende rescatar de la memoria del barrio una plaza de la que poco se conoce, más allá de que por allí pasó Manolete o que, convertida en almacén de munición, explotó apenas comenzada la Guerra Civil.
“Mi abuelo nació, igual que mi padre y mis tíos, en Müller esquina con Miosotis. Tenía un taller de carros y trabajaba en la plaza como carpintero. Mi padre fue torero y se hizo aficionado en esta plaza, a la que iba todos los domingos”, recuerda. Con ese legado familiar, la idea del libro llegó “de la necesidad de conocer más de una plaza de la que me habían hablado con mucho cariño, pero de la que no se sabe apenas nada”, añade José Luis, que ha buceado tres años en la hemeroteca para desentrañar, en 1.500 páginas, cómo fue esa “perla tetuaní” de la que Antonio Díaz Cañabate recordaba por “el olor a gallinejas” y el “fiero publiquito”.
José Luis asegura que Tetuán “era muy taurino”, como demuestra la extensa relación de toreros nacidos en el barrio –incluyendo fotos de muchos de ellos–, de la que da cuenta el epílogo, con sagas como los Fauró, los Galindo o Morenito de Tetuán, entre otros. ¿Y la afición?: “En general eran cariñosos con los toreros, pero exigentes con el toro y, de vez en cuando, bastante salvajes. Tenían la costumbre de saltar al ruedo en el sexto y matar ellos mismos el novillo, y la prensa se quejaba, porque eso no podía ser”, reconoce.
Crónicas, estreno y última salida a hombros
La perla tetuaní es “un libro taurino”, pero los lectores hallarán también, a través de las crónicas, “una historia de cómo era el barrio en esas primeras décadas del siglo XX, sus gentes, sus problemas, y cómo fueron evolucionando estas calles. En cierto modo, la plaza blanquea la crónica negra de Tetuán, porque trae a los periódicos un barrio con vida y espectáculo, el toreo lo pone de actualidad”.
Antes de inaugurarse la de 1900, Tetuán tuvo dos plazas, aunque de menor tamaño e importancia. En octubre de aquel año se inauguró el coso –como puede apreciarse en el cartel de aquella primera corrida– con Antonio Montes, “que fue un torero legendario y quien inspiró el estilo de Juan Belmonte”, recuerda el autor.
El último festejo –otro de los hallazgos del libro– fue el 15 de agosto del 36, con un Madrid ya en guerra. Lo organizaron las milicias, y uno de los novillos saltó al tendido y mató a una persona. Luego a ese toro lo mató un miliciano con un fusil, y sus compañeros lo sacaron a hombros. “Es decir, el último que salió a hombros de la plaza fue un miliciano”, señala José Luis. 10 días después se produjo el estallido de la plaza.
Gaona, Domingo Ortega… y Juanita Cruz
El volumen incluye un inventario completo y cronológico de todos los festejos –más de 1.000– que tuvieron lugar en la plaza, y también del millar largo de toreros que saltaron a la arena. “La plaza de Tetuán tuvo más importancia de la que se cree”, explica el autor, “pese a estar en un pueblo –pertenecía entonces a Chamartín de la Rosa–, con mala fama... Muchos aficionados de la capital venían cuando había un cartel interesante, y los toreros acudían, porque era la puerta de entrada a la Plaza de Madrid, que entonces estaba donde hoy está el Palacio de los Deportes. Quien venía a Tetuán y triunfaba, le contrataban en la Plaza Vieja”.
Al menos una docena de esos 1.000 toreros que salieron al ruedo de Tetuán se convirtieron en grandes figuras. “El caso más representativo es el del mexicano Rodolfo Gaona, pero también Domingo Ortega, que llegó de novillero desconocido y en tres novilladas se convirtió en figura máxima. Manolete vino en el 35, aunque aquí triunfó menos”, explica.
Otros que pisaron el albero “tetuaní” fueron Ignacio Sánchez Mejías, la pionera Juanita Cruz, Antonio Sánchez, que luego fue tabernero y pintor aficionado, y que sufrió en este redondel una grave cornada, o su amigo parroquiano el Chepa de Quismondo. “También toreó Dominguín, el padre de Luis Miguel Dominguín y abuelo de Miguel Bosé, pero él fue sobre todo el gran empresario de esta plaza, quien le dio verdadera categoría, trayendo buenos carteles”, concluye.
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