El viejo molino de Tetuán


Hace tan solo unos días que Luis Peñalva  se ha apuntado al carro de los noventa. Nació en 1906, cuando Madrid era casi una ciudad de provincias, y nunca recuerda haber vivido sin trabajar. Hijo de carpintero eligió precisamente ese oficio para, probablemente, contribuir a las habichuelas familiares. Eran otros tiempos. Pero un viejo molino de piedra dio un giro radical a su vida y se instaló definitivamente en Tetuán, en la calle Marqués de Viana, para moler el grano que iría a parar a los ganaderos de la periferia.

Entrado ya en años, Luis Peñalva ha conocido la penumbra de un siglo que ha tenido tres reyes, dos dictadores, República, Guerra Civil, Costitución, Transición, Golpe de Estado y un Gobierno estable democrático al amparo de una Monarquía parlamentaria. Ahora, incluso, va a vivir en medio de la cultura de los pactos.

Pero no es de política de lo que le entusiasma hablar a Luis Peñalva, sino de toros; así, escrito con mayúscula. NO en vano ha alimentado durante muchos años a las ganaderías Vitorino desde que se apuntó, allá en la posguerra, al negocio que heredaba su mujer con un molino que a duras penas podría poner en marcha en la actualidad, “hace quince años o más que lleva sin funcionar, pero aquí lo tengo como un Museo: un triturador y un molino de piedra de aquellos antiguos”.

El viejo molino engullía cebada, avena, yergos y algarrobas para servir a las grandes vaquerías de la periferia de Madrid, “hasta que desaparecieron en el año 72” y no compensaba que “los cuatro obreros que tenía fueran a llevar un camión de pienso a las que aún quedaban en San Sebastián de los Reyes o Alcobendas, donde perdían toda la mañana”. Hubo que dar baja al molino.

Pasión por los toros

Su padre era “el segundo de a bordo de esta plaza (la vieja plaza de toros del barrio), el jefe de los carpinteros”, y con él iba Luis todos los fines de semana “hasta que se llevaban el sobrero”. Ahí nació su afición aunque nunca se atrevió a torear en el ruedo ni a ejercer de espontáneo.

El calendario de 1906 marcaba un 27 de febrero cuando la calle Carciner englosó su lista del censo. Entonces Tetuán no existía como barrio. Era Chamartín de la Rosa y la Iglesia de Bellasvistas quien prestó su pila de bautismo para dar un nuevo nombre: Luis Peñalva Peñalva.

Hacia el año 53, el trigo dejó de estar intervenido y la liberalización de los piensos permitió trabajar con más holgura para la rentabilidad del negocio, que compaginaba con una pequeña tienda de venta directa al público, que aún pervive como medio de supervivencia para el amante de los toros y su hija. Allí, en la tienda, pasa sus días más entretenido este hombre que presume, con orgullo, de ser el más viejo del barrio. Al menso está entre los más longevos.

Aún sigue teniendo cuerpo ara ir con sus amigos de la peña taurina a ver las corridas. Mantiene su abono para todo el año aunque reconoce que ya no puede ir a todas las que quisiera. Ya no le gusta dormir fuera de casa, pero aún hace sus viajes a Valencia, Zaragoza o Sevilla, donde, por cierto, pronto va a echar olés a los toros de su amigo Vitorino.

Ahora, quién se lo iba a decir, son los perros y los gatos quienes, fundamentalmente, mantienen viva la tienda, aunque aún tiene la nave llena de trigo y cebada para quienes tienen gallinas y caballos en Madrid.

Eran otros tiempos. Hubo que dar de baja el molino. Pero Luis Peñalva sabe que guarda en el corazón de Tetuán una reliquia de museo: un molino torpe ya. El viejo molino de Tetuán.


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