“La gente de Tetuán somos trabajadores, no podemos ser malditos: somos benditos”

Montero Glez, escritor y tetuanero, ganador del “Premio Azorín” con Pólvora Negra

Parece alimentarse únicamente de metáforas y frases rotundas. De ahí su figura enjuta y nerviosa, pura creación. Este “navajero de la literatura” – Raúl del Pozo dixit– aprendió a leer en los tebeos que su padre le compraba en Tetuán, un barrio que no olvida a pesar de lo mucho vivido desde su infancia. Tras ganar el “Premio Azorín” con su novela Pólvora Negra (Planeta) –un homenaje al anarquista Mateo Morral y a su fallido intento de magnicidio contra Alfonso XIII–, este novelista ha hecho un hueco en su agenda para charlar con “Tetuán 30 días”.

Tras novelas negras, de suburbios y tramas callejeras, da un salto a la novela histórica. ¿Es un paréntesis o una evolución?

Prefiero que sea una evolución. En mis tres primeras novelas he tratado al lumpen, un grupo sin conciencia de clase, una extra-clase que he intentado convertir en clase extra. Ahora tenía ganas de hacer otra cosa. Iba a coger un barco para Cuba pero tuve que volver a Madrid y aquí no sabía a qué dedicarme. Así, para masturbar mi cabeza me dediqué a documentarme y salió Pólvora Negra.

¿Se deja de ser un escritor maldito cuando se consigue un premio como el Azorín?

Yo nunca he sido un maldito, pero ésa es una etiqueta que me cuelgan cuando empiezo porque tienen que vender. Yo no tengo alternativa. Pero maldito es para los pijos: el escritor que se diga maldito es un gilipollas. La gente de Tetuán somos trabajadores, de la clase obrera: no podemos ser malditos. Somos benditos. Lo que sí soy es un escritor de género, porque como decía Umbral, o se es escritor de género o no se es escritor.

Al menos las primeras lecturas sí se las debe a Tetuán…

Yo crecí en este barrio. Mi abuelo era zapatero en Cuatro Caminos, y mi abuela vive aún aquí, con 93 años. Los viernes, cuando salía con mi padre de El Racimo de Oro, un bar en la esquina de Bravo Murillo con Almansa, donde ahora hay una zapatería, iba a ver a un matrimonio que vendía tebeos en la calle. Yo me llevaba todos. Aprendí a leer con esos tebeos.

¿Qué recuerdos tiene de aquellos años?

Me acuerdo de que jugaba a las chapas, y al fútbol en la calle. Rompíamos los cristales de todas las casas, nos tenían pánico. Estudié en el Liceo Sorolla, en Alonso Castrillo. Cuando fui creciendo recuerdo los locales de ensayo en Tablada, 25, donde conocí a mucha gente de la Movida (aunque ésta me parezca una gilipollez, aclara), y a una persona que admiro mucho, Joaquín Sabina, que en aquella época era un hombre con un abrigo lleno de lamparones, sin dinero y que hablaba de César Vallejo.

¿Hasta qué edad estuvo en el barrio?

Ahora hace 10 años que me fui de Madrid. Luego he vuelto a ver a mis padres y a mi abuela, y joder si ha cambiado. Voy a la calle de Almansa, que era la de los bares, y me digo ¿dónde están a los que yo iba, dónde está la gente con la que yo jugaba? Voy a ver a mi familia y busco trozos de memoria, pero no encuentro apenas.

¿Cabe Tetuán en una novela de Montero Glez?

Claro que cabe. Espero hacer una novela de Tetuán, desde la parte de La Ventilla, que no sé si existe ya, hasta Ofelia Nieto, donde todo era descampado. El otro día, releyendo a Baroja, habla en sus Memorias de la corrala que había por donde está el cine Lido. Había un cartel de un zapatero… y era el de mi abuelo, que luego se fue a Cuatro Caminos. ¡Pío Baroja conoció a mi abuelo, hostias qué bueno!

No es de los que escribe todos los días, a la misma hora…

No, pero soy un lector empedernido, de a diario. Escribir de 7 a 9 es que no puedo, porque sería un imperativo, y las cosas por imperativo no me salen. Umbral dice que la diferencia entre un poeta y un prosista es que el primero escribe cuando se le ocurre algo, mientras que al prosista se le van ocurriendo cosas mientras escribe.

Admira a Umbral y tiene como padrino a Arturo Pérez-Reverte. Dos maestros que tuvieron una áspera polémica…

Los conflictos literarios son todavía más literarios cuando los contendientes son dos monstruos. Lo seguí y me pareció fantástico. Siento que haya fallecido Umbral, por mí como lector, pero también por Arturo, porque ya no le queda con quien batirse, y eso es una putada. Tener un enemigo de esa talla es lo mejor que te puede suceder. Ojalá me salga a mí un enemigo así, y no los cuatro maricones que me salen. A eso aspiro.

¿Qué es lo fundamental: la forma o la trama literaria?

Cuando escribes tienes que contar una historia, y sólo hay una forma de contarla, y ésa es el estilo. Yo no puedo separar el estilo del fondo. Quien dice que Montero Glez es un estilista que no cuenta cosas está equivocado: cuento cosas, y mi forma de contarlas es mi estilo; Pérez-Reverte cuenta cosas que sólo se pueden contar con su estilo, e igual sucedía con Umbral.

Es un lector empedernido en un país donde apenas se lee, pero en el que cada vez se publican más libros. ¿Cómo se arregla?

Yo no lo entiendo. Mira que en 1906, cuando transcurre Pólvora Negra, el analfabetismo era absoluto, y se publicaban muchísimos periódicos, casi más que personas que pudieran leerlos. Son cosas que sólo suceden en este país, donde el plomo flota y el corcho se hunde. Los españoles somos paradójicos.

David Álvarez de la Morena


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