Amor y Arte, el tándem que reverdece la ‘Casa del Pintor’ en Bellas Vistas

Los artistas Kitazu & Gómez residen allí desde hace 13 años


En el corazón de Bellas Vistas, en la antigua vivienda que fue morada y taller del pintor Marceliano Santa María (Burgos, 1866-Madrid, 1952), trabajan discretamente desde hace 13 años Jesús Gómez y Megumi Kitazu, burgalés y japonesa, de la Isla de Shikoku. Pareja vital y artística que el pasado año presentaron en el CAB de Burgos Haggish Flash, un proyecto compartido que se inició hace muchos años en Berlín, continuó en una granja francesa en los Pirineos, saltó a Japón, donde vivieron más de dos años, y llegó finalmente al barrio allá por 2006.

“Yo tenía ganas de vivir en Europa”, cuenta Jesús, “y me acordé de esta casa, que estaba desocupada y era de unos amigos. Fueron muy generosos. Nos dijeron: es la casa de un pintor, y vosotros lo sois, así que adelante”. Ellos mismos reformaron la vivienda, que cuenta con tres plantas, jardín y varias terrazas y está rematada por un espectacular y luminoso estudio en el último piso. Mantiene además parte del mobiliario y los enseres antiguos, incluyendo los caballetes de Santa María o una mesa que conserva fragmentos de metralla del obús que atravesó la cristalera durante la Guerra Civil. También un piano que, cuando el sol del atardecer entra por un ventanal y tensa las cuerdas, toca solo. “Estuvimos algún tiempo aterrados, hasta que nos lo explicó un amigo músico”, recuerdan.

Se conocieron en Berlín –ella estudiaba en la Facultad de las Artes berlinesa, y él hacía un trabajo sobre arquitectura–, en una academia de alemán, e iniciaron una relación personal y profesional que unió en uno solo dos caminos artísticos. “Al principio nos ayudábamos en los proyectos de cada uno, pero yo quería trabajar con ella, vi que podíamos tener potencial”, asegura Jesús. “La vida del artista es dura, son proyectos largos, con mucha incertidumbre, y a veces te vienes abajo. Pero Megumita mentalmente es una roca, siempre optimista”, dice él, cariñosamente.

Ella replica: “Jesús siempre está investigando. Tiene la mente muy abierta para conectar distintas disciplinas, no solo arte, también filosofía, sentimientos… siempre está buscando”. Al principio, no obstante, hubo que negociar los egos –“que en los artistas son super egos, egos premium”–, reconocer virtudes y carencias y saber delegar, “porque el proyecto trataba precisamente de combinar”, añade Megumi. “De mezclar ideas de dos personas con un fondo cultural distinto”. Por otro lado, su forma de trabajar, a partir de “capas” de ideas superpuestas, acababa por diluir cualquier autoría individual.

Un bote de helado y pintura hiperrealista

Así llegaron a Haggish flash, donde muñecos, pescados, fresas o partes de la anatomía de los artistas desfilan en un proyecto con tintes pop, “envasado” en tarrinas de helado recicladas de una marca ficticia, y que se concreta en una serie de pinturas muy próximas al hiperrealismo. Con ellas se adentran en un terreno intimista y de búsqueda del autoconocimiento, una propuesta que imbrica lo artístico y lo vital, pero que también aborda temas como la multiculturalidad, la ambigüedad sexual, los roles establecidos, la empatía o la exclusión. “Usamos un lenguaje publicitario para transmitir nuestras ideas, porque dentro de nuestras mínimas posibilidades queremos cambiar las cosas, darle una función al arte”.

Un resultado de impacto visual muy original a partir de un método de trabajo “rutinario”, que arranca con una primera idea, génesis de la obra, a partir de la que elaboran pequeñas instalaciones con objetos, o bien con tatuajes efímeros que ellos mismos diseñan digitalmente; de ahí se pasa a formato fotográfico, que será a su vez modificado mediante Photoshop o en un monitor táctil, hasta llegar a la última transformación, ya en el propio lienzo. “Cada pintura tiene tanto nivel de detalle que una obra precisa de varios meses, unas seis u ocho horas diarias pintando”, explica Kitazu.

Mayores y pueblos abandonados

Ahora que Haggish flash echó a andar, el tándem Kitazu & Gómez aborda un nuevo proyecto, iniciado hace unos años, cuando el padre de Jesús sufrió un ictus, y la pareja acudió a cuidar tanto de él como de su madre, ambos nonagenarios. La idea es ahondar en una visión de nuestros mayores a través de fotos íntimas, que enlazarán con otra vía también fotográfica sobre las ruinas de los pueblos abandonados en Castilla y León. Todo ello tendrá su prolongación en los retratos de los progenitores de Megumi y del éxodo rural japonés. Por el momento, cuentan con unas 50.000 fotografías en blanco y negro, y la idea es publicar un libro cuando esté terminado.

Además, para este o el próximo año, la pareja volverá a exponer su Haggish flash, esta vez en el Palacio de Quintanar, un museo de arte contemporáneo situado en Segovia. Entretanto, los Gómez y Kitazu seguirán viviendo “perfectamente integrados” y haciendo arte en el barrio, elaborando pan, charlando con los vecinos y preparando pescado al estilo nipón. Otro ‘arte’ absorbido por Jesús, que se despide enseñando orgulloso unos exóticos cuchillos traídos directamente del Shikoku de Megumita.



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