EL REVERSO: Romance de la Champions que no tuvimos

Hubiera podido ser
tan hermosa como El Niño
con menos pecas, y asas,
y reflejos de platino,
con dos cintas rojiblancas
anudadas con cariño;
tan querida cual se quiere,
que el Madrid pierda un domingo.

Hubiera podido estar
en el rincón más bonito
de la sala de trofeos,
junto a aquel doblete antiguo,
la última liga, las Uefas,
o esa copa de Mourinho
donde agotamos la suerte
del coliseo vikingo.

Te acuerdas de que esta vez,
muy cerca ya de San Siro,
me decías qué contento
cuando termine el partido
y volvamos a Madrid
con la Copa en el bolsillo.
¡Qué alegría, ganar la Champions,
tendrían todos los indios!
Celebrándolo en Neptuno
te veías a ti mismo,
y ofreciéndosela a Luis
y en el Calderón, a gritos
vitoreando a los héroes
del ir “partido a partido”.

Ay, cuánto habría ayudado
ese plateado botijo
a ahuyentar por una vez
la nube de victimismo
y la leyenda del pupas,
ese cruel sambenito
con el que se cachondea
hasta Sabina en el himno.

Ay, si ese Juanfran no falla
desde el círculo fatídico,
o, si un poco antes, Antuán
ajusta un par de centímetros.
Sería cosa de los astros
o quizá sería el Destino:
que Ramos tire un penalti
y no termine en el río,
o que Cristiano se fuera
sin enseñar el palmito.
Pero ay, si esa Copa hubiera
del otro lado caído:
no habría mármol en Carrara
ni en La Serena, granito
para erigirle una estatua
al inventor del cholismo.

Mas no merece la pena
pensar en qué hubiera sido
pues este bardo es merengue
y gritó como poseído
cuando en la tanda final
vio a Ronaldo hacer el quinto.


Oshidori


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