La ruta del Canalillo

Este es un viaje iniciático y un recordatorio pretendidamente entrañable para aquellos que dentro de sus recuerdos mantienen un lugar de privilegio para con lo que podría llamarse << la ruta del canalillo>>. El canalillo suponía un espacio abierto a todo tipo de actos lúdicos: juegos de los más chicos, juegos de amor, allí entrenaban algunos toreros y otros que aún no lo eran. Aquello, aquel lugar eran<>, concepto que años después utilizarían toda una generación de escritores para desarrollar en sus novelas y relatos el realismo social: Goytisolo (Luis), Ignacio Aldecoa, Ferlosio. En las afueras se hacían los personajes: aguadores, traperos, torerillos, merodeadores, niños que hacían safaris con lagartijas, parejas que se autoexiliaban por horas… Nunca el ministro Bravo Murillo pudo imaginar tales utilidades para su gran, pero simple proyecto, de traída de aguas.

A mediados del siglo pasado el agua que abastecía nuestra ciudad procedía básicamente del río Manzanares y de aguas subterráneas derivadas de las lluvias filtradas a través de su arenoso suelo. El agua del subsuelo fluía natural en algunos manantiales, abundaban los pozos, norias y las redes de galerías subterráneas excavadas en la zona alta de Madrid por las cuales el agua filtrada era conducida hasta las fuentes de la villa. Una de las más importantes era la Alcubilla que, construida en 1599, nacía en el término de Fuencarral, al poniente de la Carretera de Francia _actual Bravo Murillo_, y entraba en Madrid por Tetuán de las Victorias. La galería, cuya longitud total sobrepasaba los 25 Kilómetros, abastecía a 16 fuentes públicas.

En aquel Madrid de 1855 la mitad del agua que abastecía la ciudad, 6,5 litros de media por habitante, era llevada a las casas por unos 1.000 aguadores. Los distintos distritos tenían sus aguadores. Los distintos distritos tenían sus aguadores asignados y cada uno de ellos su clientela fija. Transportaban y subían agua a las casas valiéndose de las tradicionales cubas; actuaban de recaderos, eran los bomberos y, en los días de lluvia, cuando las calles eran arroyos torrenciales y las plazuelas verdaderas lagunas, se remangaban hasta las rodillas y se dedicaban, ayudados por los mozos de cuerda, a pasar gente de una a otra acera.

El aguador se constituía como elemento fundamental de la distribución del agua a la villa. (Al empezar a funcionar el Canal de Isabel II había 950, y recibieron con él un duro golpe de muerte. Quedaron algunos, muy pocos, dedicados a subir agua a los pisos superiores de los barrios altos, a los que no alcanzaban la presión de la red, y a distribuir el agua llamada <> entre las gentes que en un principio se oponían a usar las aguas de Lozoya para la bebida. La puesta en servicio de la Central elevadora los hizo desaparecer por completo en 1912).

Aquellos 6,5 litros de dotación media, equivalente a un cubo de agua por persona, contaba incluidos además de la bebida de gentes y animales, el consumo en la alimentación y la limpieza de cuerpos, ropas… Resultaba una asignación muy pobre, que explicaba bien la falta general de aseo en personas, casa y la propia urbe. Angustiosa era la situación, de echo ese mínimo abastecimiento de agua hizo temer incluso por el traslado de la capital a otra ciudad, cuando Bravo Murillo __ ministro de Obras públicas__ comisionó en 1848 a los ingenieros Rafo y Rivera para que dieran cuentas de los estudios y proyectos existentes para abastecer la ciudad con aguas de los ríos serranos más cercanos.

Nueve meses después se aprobaba provisionalmente un proyecto de abastecimiento con una nueva conducción de aguas desde el Lozoya, iniciativa que fue tan bien acogida por la soberana reinante, Isabel II, que gentilmente cedió su nombre para denominar al nuevo Canal. Tres años después, en 1851, siendo Bravo Murillo presidente del Consejo de Ministros se inició la acometida del canal.

Entre 1851 y 1866 el Canal de Isabel II ejecuta algunas de sus obras fundamentales: se instalan las dos primeras grandes arterias de las que se deriva la primera red de tuberías extendidas por las calles del viejo Madrid y se inicia la ejecución de los tres canalillos o acequias del norte, este y sur con los que se pretendía aprovechar en riegos agrícolas el exceso, de agua que el canal podía traer a Madrid y no era consumida por el vecindario.

La acequia del Norte, que naciera en la Casa Partidor y desarrollándose por la Dehesa de Amaniel terminaba en la ladera izquierda del arroyo de la Huerta del Obispo, a pesar de los más de 100 años transcurridos desde su finalización, aun es reconocible gracias a los restos que el paso de tiempo no ha podido borrar. La ruta del canalillo, trasladada a nuestros días iría desde Avenida de la Reina Victoria hasta el Parque de Rodríguez Sahagún pasando por la avenida de Pablo Iglesias y la calle Ofelia Nieto. Eran seis kilómetros de longitud y su agua era utilizada casa exclusivamente para riego por unas cincuenta concesiones que consumían cerca de 10.000 metros cúbicos. Fue con esa agua con el que, recién construida la acequia, el ingeniero Juan Rivera ensayo con excelente éxito el cultivo de la seda producida por los gusanos alimentados con las hojas de las moreras plantadas en el vivero de la Casa Partidor, que a su vez eran regadas con aguas de nuestro canalillo.


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