Los cinco días que “viví” en las Urgencias de La Paz

Crónica en primera persona de un paciente

El pasado 2 de septiembre ingresé en el Área de Urgencias del Hospital Universitario La Paz por un problema relacionado con la urología, fiebre y la advertencia del especialista de acudir inmediatamente al centro médico en cuanto se diera esta circunstancia. Cuatro días después aún permanecía en la zona de Urgencias por el único motivo de que no había camas para el ingreso, ya que hasta que dieran el alta a otro paciente no podría ingresar. Durante ese tiempo jamás vino a verme un especialista –todos los médicos que me atendieron eran residentes– e incluso extraviaron una prueba importante para diseñar mi tratamiento. El descontrol era absoluto y la falta de personal sanitario, flagrante. Tanto, que acabas por preocuparte si las indicaciones o las pruebas que te practican son las idóneas.


Tras la queja correspondiente, el Jefe de Servicio de Información y Atención al Paciente me escribe una carta en la que lamenta “enormemente los inconvenientes ocasionados”, se disculpa y justifica el caso en que “en momentos puntuales y debido a la gran presión asistencial, como ocurrió en esos días, es materialmente imposible ubicar a un paciente en planta, ya que para ocupar una cama es necesario que se produzcan altas de otros pacientes ingresados”.


Quiero advertir de que en esos “momentos puntuales” –aún permanecí casi un día más en Urgencias, hasta que me trasladaron– la mezcla de pacientes con dolencias de todo tipo, físicas o psiquiátricas es habitual, como lo es la falta de medios materiales como toallas, camisones… la escasez es palpable. La estancia, sin ventanas y con luz fluorescente 24 horas, además de con una patente falta de higiene –no hace falta abundar en la necesidad de lavarse y ducharse de personas que llevan días ingresados–.


Con todo, cuando salí de allí me quedó la sensación de que si la sanidad pública no se va definitivamente al garete es por la vocación de médicos y enfermeras, algunas de las cuales no dudaron en atenderme incluso fuera de su horario. Aún recuerdo lo desasosegante que resultaba ver correr a las enfermeras, alguna al borde de un ataque de ansiedad, por tener que atender al doble de personas de las que en principio deberían encargarse. Desde aquí mi reconocimiento porque a un trabajo tan delicado no debería añadírsele tal nivel de estrés. Y es que, sin medios ni recursos, la vocación de los sanitarios es de lo poco en que podemos apoyarnos ya.

L. P. J.


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